El hábito muchas veces hace al monje … ¿Somos seres racionales?
Por Lorena Martínez Ramírez
En milisegundos ocurren procesos en nuestro cerebro que recibe información a través de los ojos, olfato, oídos, tacto, etcétera, y hacemos un juicio sobre la persona que tenemos enfrente. Y si esta información nos es familiar, bajamos la guardia; si tenemos una asociación con algo que no es coherente, es probable que nuestro cerebro se ponga en alerta
Los seres humanos nos asumimos 100 por ciento racionales, creemos saber por qué tomamos decisiones, qué nos gusta y qué nos disgusta.
A lo largo del siglo XX muchos psicólogos trataron de explicar nuestras conductas a través de teorías que veían al cerebro como una caja oscura; una de las más interesantes es la del “cerebro triuno” desarrollada por Paul MacLean, otrora director del Laboratorio del Cerebro y el Comportamiento del Instituto Nacional de Salud Mental de los EEUU.
Se le denomina de esa manera porque propone que contamos con tres cerebros concentrados en uno. La parte más antigüa conocida como cerebro reptiliano, el sistema límbico y el neocortex. Cada uno está orientado hacia funciones separadas del mismo cerebro, pero las tres interactúan.
El cerebro reptiliano tiene como objetivo la supervivencia física y la preservación de la especie; las conductas que regula tienen mucho en común con los comportamientos de supervivencia de los animales. Es territorial, interviene en la reproducción y la dominación social y sus comportamientos son instintivos y muy resistentes al cambio.
El sistema límbico, considerado como el segundo cerebro, es el que se encarga de los centros primarios de la emoción. Incluye la amígdala, que es importante cuando nos enfrentamos a situaciones que nos generan miedo, piedad, ira o indignación; establece vínculos entre emociones y el comportamiento y sirve para regular los instintos del cerebro reptiliano.
Está implicado en actividades esenciales como la alimentación y la atracción, especialmente en lo que refiere al sentido del olfato; también tiene que ver con las actividades relacionadas a la expresión, las emociones y sentimientos.
El tercer cerebro también denominado neocortex o corteza cerebral es el centro del lenguaje, verbal y escrito. Aquí se alberga el pensamiento lógico y formal y nos permite planear e imaginar.
Se preguntarán ¿qué tiene que ver todo esto con la marca personal?, pues todo. La forma en que percibimos y nos perciben tiene que ver con estas tres áreas del cerebro. Comprender la irracionalidad es importante para nuestras acciones y decisiones, pero también para entender y construir nuestro entorno.
Según Melanie Dempsey y Andrew Mitchell, investigadores de las universidades de Ryerson y Toronto, las elecciones no sólo están determinadas por la evaluación racional, sino que en general están impulsadas fuera del control de la corteza cerebral.
Todo lo anterior cobra relevancia al momento de construir nuestra marca: A veces no entendemos por qué algunas personas que no conocemos nos generan rechazo y con otras, sucede que una simple mirada construye una conexión. Para los demás somos imagen. En milisegundos ocurren procesos en nuestro cerebro que recibe información a través de los ojos, olfato, oídos, tacto, etcétera, y hacemos un juicio sobre la persona que tenemos enfrente. Y si esta información nos es familiar, bajamos la guardia; si tenemos una asociación con algo que no es coherente, es probable que nuestro cerebro se ponga en alerta.
La vestimenta adecuada por sí sola no garantiza que tendremos éxito, sin embargo, sí puede cerrarnos muchas puertas. El lenguaje no verbal puede proporcionar mucha más información que lo que decimos. Recuerden que en el cerebro reptiliano y límbico leemos a los demás a partir de lo que nos amenaza, de lo que nos gusta, o bien de lo que nos recuerda. Cobrar conciencia de todos los elementos que hay que cuidar de nuestra imagen personal es un adelanto para la construcción de una marca fuerte.
